lunes, 26 de mayo de 2008

EL OTRO PAIS

Todavia no me acostumbro.
No puedo. Lloro.
Me voy quejando en el subte de que no anda la pila del mp3, cuando una tarjetita cae sobre mi pierna, de un nene que esta yendo a la escuela del trabajo. Llegue a mi estacion. Me bajo, y salgo a la calle. Siento frio. Y a mi lado una señora mayor, con su mano estirada buscando la caricia del capitalismo, esta con una remerita y pollera, larga. Parece que de nada puedo quejarme. Porque hay tanta gente que tiene motivos de verdad...y sin embargo, si yo quiero, me hago escuchar. Por que no escuchamos los gritos sordos de esa gente. Es que los sordos, no son los gritos.
Y nada cambia, pero yo me adentro en ese mundo. Quiero pertenecer, quiero hacerlo mi realidad. Para no hablar de frio, de hambre, de pobreza, sin vivirla. No para que el que escuche piense "esta chica sabe", sino para entender de que hablo. Y todo el tiempo resignifico mis conocimientos. Todo el tiempo encuentro nuevos sentidos a lo que significa ser pobre, a lo que nos represento el 19 y 20 de diciembre, a lo que fue ser madre, hijo, en la ultima dictadura.
Asi, cuando escucho las mismas canciones desde que tengo memoria, no solo las entiendo un poco mas, sino que las interpreto con otra edad, en otra situacion de mi vida donde adquieren un significado que ojala nunca pierdan. Pero todo esto que escribo viene a algo. Si, me gusta leer y volver a interpretar cuestiones. Y si, todo el tiempo me siento interpelada por mi realidad, que me sigue doliendo. He leido sobre historia, algunas epocas con mas atencion que otras, y he descubierto por mi cuenta cosas que luego descubro que todo el mundo ya sabe, o interprete como falso frases que todo el mundo repite.
Ayer fue 25 de mayo. Dia de la patria, y es la primera vez que lo interpreto como tal. En la primaria, siempre fue la excusa para no ir al colegio, y el momento en que nos disfrazabamos de damas antiguas, negros, mestizos, y españoles. Se vendian empanadas y, a veces, muy pocas, comiamos locro. Y lo peor es que, tras 20 años, descubro que si bien para mi este dia adquiere mucho mas significado ahora, mucha gente que me dobla la edad lo sigue viendo como el dia de descanso del trabajo. Los feriados son solo eso. Para algunos, por suerte. EL DIA DE LA PATRIA. ¿Cuantas fechas pueden festejarse de igual manera?
Y el ver a este dia tal cual es, con la reivindicacion de un monton de cosas, vuelvo a plantearme, como lo hago seguido, cuantas cosas han cambiado desde aquellos años de 18.. Estaban aquellos que querian independencia total. Otros, querian seguir perteneciendo a España. Ello les aseguraba el desarrollo, y mas que eso, justamente, la pertenencia. La pertenencia a un mundo avanzado, "evolucionado", al que de otro modo no tendriamos acceso. Y eso, de hecho, se mantiene hasta ahora, aun con independencia. 200 años de historia y busqueda de libertad (economica, social y politica), para que nuestros modelos sigan siendo extranjeros, y nuestros avances, en pos de una mejor calidad de vida para aquellos pocos que tienen una calidad de vida muy superior que la de mas de la mitad de los argentinos.
Pero no solo nos seguimos debatiendo en el modelo de pais que queremos, que tras 200 años de tragicas idas y venidas no hemos definido, sino que ademas, hay una falsa identidad de todo. Resulta ahora y desde siempre, que tras las eficaces campañas publicitarias, ser progre es ser liberal, ser tradicional y moral es ser militar, y ser patriota y nacionalista es ser oligarca...de la sociedad rural, por supuesto. Y asi se adueñan de los terminos y lo verdaderamente progresista. Sucede que, aunque no me guste, me niego a usar una escarapela por miedo a que crean que estoy con el campo. No puedo poner una bandera en el auto, porque seguro se confunde con las de radio 10. No puedo hablar de redistribucion del ingreso, porque, si es algo avanzado, me acusaran de comunista (como si fuera un insulto), y me sacaran la palabra, o, si no es muy progre, entonces soy de los oligarcas del campo, que por supuesto, tambien defienden la redistribucion...

jueves, 8 de mayo de 2008

Una sola Bolivia, blanca y próspera

Por Jorge Majfud *


La rápida conquista de Amerindia hubiese sido imposible sin la cosmología mesoamericana y andina. De otra forma nunca dos imperios maduros, con poblaciones millonarias y ejércitos de valor, hubiesen sucumbido a la locura de un puñado de españoles. Pero también fue posible por el nuevo espíritu aventurero y guerrero de la cultura medieval de la Castilla vencedora en la Reconquista y del nuevo espíritu capitalista del Renacimiento. Desde un punto de vista simplemente militar, ni Cortés ni Pizarro se recordarían hoy de no haber sido por la mala conciencia de dos imperios como el azteca de Moctezuma y el inca de Atahualpa. Ambos se sabían ilegítimos y les pesaba como no les pesa a ningún gobernador moderno.

Los españoles conquistaron primero estas cabezas o las estrujaron y cortaron para poner en su lugar a caciques títeres y privilegiar la vieja aristocracia nativa, una historia que le puede ser muy familiar a cualquier pueblo periférico del siglo XXI.

La principal herencia estratégica de esta historia fue la progresiva división social y geográfica. Mientras se admiraba primero la revolución cultural de Estados Unidos, basada en teorías utópicas, y luego simplemente se admiró su fuerza muscular, la que procedía por uniones y anexiones, la América del Sur procedía con el método inverso de las divisiones. Así se destruyeron los sueños de los hoy llamados libertadores, como Simón Bolívar, José Artigas o San Martín. Así explotaron en fragmentos de pequeñas naciones como las de América Central o las de América del Sur.

Esta fragmentación fue conveniente a los nacientes imperios de la Revolución Industrial y del celebrado caudillismo criollo, donde un jefe representante de la cultura agrícolo-feudal se imponía sobre la ley y el progreso humanista para salvar su prosperidad, la que confundía con la prosperidad del nuevo país. Paradójicamente, como en la democracia imperial de la Atenas de Pericles, tanto el imperio británico como el americano se administraban de forma diferente, como democracias representativas. Paradójicamente, mientras el discurso de las clases prósperas en América latina imponía el ideoléxico “patriotismo”, su práctica consistía en servir los intereses extranjeros, los suyos propios como minorías, y someter a la expoliación, expropiación y ninguneo de una mayoría que estratégicamente se consideraban minorías.

En Bolivia los indígenas fueron siempre una minoría. Minoría en los diarios, en las universidades, en la mayoría de los colegios católicos, en la imagen pública, en la política, en la televisión. El detalle radicaba en que esa minoría era por lejos más de la mitad de la población invisible. Algo así como hoy se llama minoría a los hombres y mujeres de piel negra en el Sur de Estados Unidos, allí donde suman más del cincuenta por ciento. Para no ver que la clase dirigente boliviana era la minoría étnica de una población democrática, se pretendía que un indígena, para serlo, debía llevar plumas en la cabeza y hablar el aymará del siglo XVI, antes de la contaminación de la Colonia. Como este fenómeno es imposible en cualquier pueblo y en cualquier momento de la historia, entonces le negaban ciudadanía amerindia por pecado de impureza. Para ello, el mejor recurso ahora consiste en la burla sistemática en libros harto publicitados: se burlan de aquellos que reclaman su linaje amerindio por hablar español y encima lo hacen a través de Internet o de un teléfono celular. Por el contrario, a un buen francés o a un japonés tradicional nunca se les exige que orinen detrás de un naranjo como en Versailles o que su mujer camine detrás con la cabeza gacha. Es decir, los pueblos amerindios no tienen más lugar que el museo y los bailes para turistas. No tienen derecho al progreso, eso que no es invento de ninguna nación desarrollada sino de la humanidad a lo largo de toda su historia.

Los recientes referéndum separatistas de Bolivia –evitemos el eufemismo– son parte de una larga tradición, lo que demuestra que la habilidad para retener el pasado no es patrimonio exclusivo de quienes se niegan a progresar sino de quienes se consideran la vanguardia del progreso civilizador.

Si las ideologías y las culturas medievales (es decir, prehumanistas) defendían hasta ayer con sangre en los ojos y en sus sermones políticos y religiosos las diferencias de clase, de raza y de género como parte de la naturaleza o del derecho divino y ahora han cambiado el discurso, no es que hayan progresado gracias a su propia tradición sino a pesar de esa tradición. No han tenido más remedio que reconocer e incluso tratar de apropiarse de ideoléxicos como “libertad”, “igualdad”, “diversidad”, “derechos de minorías”, etcétera, para legitimarse y extender una práctica contraria. Si la democracia era “un invento del demonio” hasta mediados del siglo XX, según esta mentalidad feudal, hoy ni el más fascista sería capaz de manifestarlo en una plaza pública. Por el contrario, su método consiste en repetir esta palabra asociándola a prácticas musculares contrarias hasta vaciarla de significado.

Es fácil advertir por qué un patriotismo o un nacionalismo puede ser fascista y el otro humanista: uno impone la diferencia de su fuerza muscular y el otro reclama el derecho a la igualdad. Pero como tenemos una sola palabra y dentro de ella se mezclan todas las circunstancias históricas, usualmente condenamos o elogiamos indiscriminadamente.

Ahora, la fuerza muscular del opresor no es suficiente; es necesaria también la tara moral del oprimido. No hace mucho una Miss Bolivia –con unos trazos de rasgos indígenas para una mirada exterior– se quejaba de que su país sea reconocido por sus cholas, cuando en realidad había otras partes del país donde las mujeres eran más lindas. Esta es la misma mentalidad de un impuro llamado Domingo Sarmiento en el siglo XIX y la mayoría de los educadores de la época.

El coloniaje militar ha dejado paso al coloniaje político y éste le ha pasado la posta al coloniaje cultural.
Esta es la razón por la cual un gobierno compuesto de etnias históricamente repudiadas por propios y ajenos no sólo debe lidiar con las dificultades prácticas de un mundo dominado y hecho a la medida del sistema capitalista, cuya única bandera es el interés y el beneficio de clases financieras, sino que además debe lidiar con siglos de prejuicios, racismo, sexismo y clasismo que se encuentran incrustados debajo de cada poro de la piel de cada habitante de esta adormecida América.

Como reacción a esta realidad, quienes se oponen recurren al mismo método de elevar a la cúspide caudillos, hombres o mujeres individuales a quienes hay que defender a rajatabla. Desde un punto de vista de un análisis humanista, esto es un error. Sin embargo, si consideramos que el progreso de la historia –cuando es posible– también está movido por los cambios políticos, entonces habría que reconocer que la teoría del intelectual debe hacer concesiones a la práctica del político. No obstante, otra vez, aunque dejemos en suspenso esta advertencia, no debemos olvidar que no hay progreso humanista luchando eternamente con los instrumentos de una vieja tradición opresora y antihumanista.

Pero primero lo primero: Bolivia no se puede partir en dos en base a una Bolivia rica y blanca y otra Bolivia india y pobre. ¿Qué fundamento moral puede tener un país o una región autónoma basada en principios de agudo retardo histórico y mental? ¿Por qué no se llegó a estos límites separatistas –o de “unión descentralizada”– cuando el gobierno y la sociedad estaban dominados por las tradicionales clases criollas? ¿Por qué entonces era más patriótica una Bolivia unida sin autonomías indígenas?


* Escritor uruguayo. Profesor en la Universidad de Georgia, EE.UU.




Cada día me sorprendo más...cada día encuentro más intelectuales que, por verdaderos progresistas, no se cuelgan ese cartel. Y son los que realmente hacen un planteo tan cierto como necesario de la realidad. Mis saludos y felicitaciones a aquellos hombres y mujeres que no se dejan atontar la razón, y que la defienden y la gritan ante un mundo que la ataca constantemente con la misma excusa de hace treinta años, que nos hace creer que cuanto más alejados de los problemas de la sociedad, mejor..o, dicho de otra manera, "no te metas"


Unidos somos fuertes
Organizados invencibles

¡VENCEREMOS!

martes, 6 de mayo de 2008

LA NUEVA INFLACION

Por Enrique M. Martínez *


Las alzas de precios ponen nervioso a todo el mundo. A quienes tenemos recursos limitados, porque imaginamos que mañana será peor y nos apresuramos a comprar o simplemente perdemos capacidad de comprar día a día. A quienes tienen capacidad de formar precios, por su parte, la inflación les representa una oportunidad de aumentar sus ganancias, en tanto se adelanten al ritmo de crecimiento, con lo cual es probable que remarquen anticipadamente y sean un factor adicional de causa del problema. Décadas de lectura atenta llevan a advertir sólo dos formas de intentar mantener la situación bajo control.


La primera es la que aplica el manual neoclásico y asigna la causa original de la inflación a un exceso de demanda. Si es así, hay que frenar esa demanda. Frenar el alza de los salarios, reducir los créditos, aumentar los impuestos son los caminos que se supone disminuyen el dinero que está en condiciones de ir al consumo y restan presión sobre la oferta, hasta que ésta pueda expandirse lo suficiente. Mirado desde la justicia social, este análisis es al menos paradójico. Para que la inflación no perjudique mañana a los que menos tienen, los perjudicamos ahora.

La alternativa –la “progresista”– viene siendo desde hace más de 50 años establecer controles de precios. Es decir: si el manual económico no funciona, apliquemos la política a la economía y frenemos los precios por acuerdos –si alguien aceptara respetarlos– o por la fuerza. Esta variante fracasa una y otra vez y nos deja frente a la primera como único camino. Esto está pasando una vez más en la Argentina, al punto de que aparecen del sótano los economistas neoclásicos avisando: “Ya les dije”.

Estamos en una trampa. Tan dura es esa trampa que pone en jaque aun a quienes no creen en la burda explicación del exceso de demanda. En efecto, hay quienes le dan la importancia debida a la alta concentración de la economía y agregan esto al escenario. Grandes hipermercados, productores que controlan más del 50 por ciento de la oferta de un bien, son actores que se escapan totalmente a la figura del oferente clásico, que busca simplemente satisfacer la demanda y en ese encuentro llega a un precio de equilibrio. Para nada. Hay por todos lados quienes fijan su tasa de ganancia primero y los precios a los que venden después, apoyados en todo el poder económico necesario para ello. Sin embargo, quienes entienden que eso sucede y que ésa es una causa central de la inflación, proponen controlar los precios discutiendo acuerdos con esos poderes concentrados. Más de lo mismo. En realidad peor: esta mirada, aunque en el discurso actúe en nombre de los intereses populares, en la práctica consolida la concentración, asfixia cualquier alternativa de intentar una verdadera democracia económica.

A todo esto –la existencia de mercados totalmente asimétricos; la imposibilidad de pensar en términos de economía elemental; la ineficacia de los acuerdos de cúpula– debe agregarse un elemento inédito para esta generación: la inflación actual comienza por los alimentos y tiene dimensión mundial. Ya se ha generalizado la creencia de que la demanda china e india de granos es la causa disparadora. Otros agregamos el programa de bioetanol a partir de maíz decidido de manera intempestiva por el gobierno de Estados Unidos. Según información del Banco Mundial, entre 2004 y 2007 la producción mundial de maíz aumentó 51 millones de toneladas. Pero el programa de bioetanol americano demandó lo mismo: 50 millones de toneladas. Y el consumo global para alimento humano o animal aumentó 33 millones de toneladas, que salieron íntegramente de los stocks mundiales, generando una fuerte presión inflacionaria, que se trasladó en cascada al resto de los granos. Dicho de otro modo: si el loco programa de George Bush no hubiera existido, fortalecido con la mirada complaciente de varios líderes mundiales que ahora vuelven sobre sus pasos, el stock mundial de maíz sería hoy 18 millones de toneladas mayor que en 2004, a pesar de la afluencia china e india. El escenario sería otro.

En cualquier caso, aquí estamos: inflación en los precios de los alimentos. En un país de primer nivel mundial en producción de alimentos exportables, en que por lo tanto todo bocado nuestro podría ser vendido caro afuera. Es casi obvio que esto aumenta la complejidad del problema.

En todo caso, también aumenta la velocidad con que se disemina la preocupación, porque la seguridad alimentaria está en la base de cualquier perspectiva de mínima serenidad social. Hay que empezar por aquí.

¿Acaso para ello hay un tercer camino, más allá de los dos clásicos?

Creo que sí. Además de toda la discusión sobre una política de retenciones a la exportación que reduzca el efecto de los precios externos sobre los precios internos, se debe asumir desconcentrar la economía como un hecho imprescindible. Eso significa acotar el margen de maniobra de los más poderosos, a la vez que promover con fuerza la aparición y fortalecimiento de actores más pequeños.

Conocer en profundidad las cadenas de valor y buscar con tenacidad la forma de que desaparezcan o se achiquen los eslabones que no agregan valor, es antiinflacionario casi por obvia definición. Si el pequeño ganadero puede evitar caer en manos del consignatario y luego del matarife, gana más por su novillo y el carnicero compra más barata la carne. Así de simple. Si se vincula al que produce con el que consume a través del mínimo número de eslabones necesarios, ganan los dos extremos: el que produce y el que consume. Hay que poner tecnología al servicio de los pequeños, que está disponible. Se puede hacer con las frutas y hortalizas; con los lácteos; con los pollos; con los panificados. Cada subsector tiene su particularidad, pero toda solución confluye a un mismo concepto: facilitar el contacto directo entre el productor y el consumidor. Siendo ésta la llave, tal vez sea el momento de la movilización de acciones del Estado a escala municipal en todo el país, en tal sentido. Los mercados comunales; la transferencia de tecnología y equipos para instalar pequeñas plantas lácteas o pequeños peladeros de pollos con aptitud sanitaria; la compra conjunta de toda la harina a procesar en el pueblo, son acciones al alcance técnico y humano que hasta nos da cierto pudor describir, por evidentes y elementales.

El hecho que no se recorran estos caminos no es fruto de un déficit intelectual sino de un déficit político, de una superficial interpretación de la democracia económica con justicia social. ¿Obliga a bajar de los análisis macro a caminar la calle y conocer los mecanismos de detalle por los que se producen y distribuyen los bienes? Sí.

¿Es largo y difícil estabilizar esta cultura? Sí. Pero si no lo hacemos, seguiremos golpeando la cabeza contra la pared. Para peor, la cabeza ajena, la de los pobres.

* Presidente del INTI.





A mi modo de ver, este tipo de politicas estan intendo ser llevadas cabo, el problema es que no con la suficiente fuerza, o a un nivel masivo en el que realmente se haga una diferencia a nivel nacional, empezando por las provincias que mas se ven afectadas por el conflicto. Ahora bien, supongamos que el gobierno sí le saca poder a todas las grandes corporaciones, y lanza a nivel nacional el desarrollo de mercados comunales, ¿adivinan cuales son las cabezas que van a rodar primero?


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¡VENCEREMOS!

viernes, 2 de mayo de 2008

...EL DIOS HABIA LLEGADO...

LA MALDICION DE MALINCHE
Amparo Ochoa


Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.

Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias
como Demonios del mal,
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.

Sólo el valor de unos cuantos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.

Porque los Dioses ni comen,
ni gozan con lo robado

y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.

Y en ese error entregamos
la grandeza del pasado,
y en ese error nos quedamos
trescientos años de esclavos.

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fé, nuestra cultura,
nuestro pan, nuestro dinero.


Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.

Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra,
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.

Oh, Maldición de Malinche,
enfermedad del presente
¿Cuándo dejarás mi tierra
cuando harás libre a mi gente?





Unidos somos fuertes
Organizados invencibles

¡VENCEREMOS!